No todo será cáscara. Retratos de Juanjo Martínez Cánovas.
Honestamente creo, amigo Juanjo, que esta muestra es un riesgo. Tal y como estamos hoy, ya creciditos en la cosa de la dialéctica cuerpo-alma o, en términos de representación pictórica, de la siempre acechante contradicción entre la fachada o aspecto exterior y el interior de un ser humano, vas tú y nos ofreces una muestra de retratos.
Hace ya bastante que la postmodernidad decidió dinamitar cualquier metafísica, teleología o razón de ser del hombre. En este tiempo de la disolución absoluta de cualquier orden categórico (con la excepción de los órdenes de consumo, claro), aspirar a sacar algo a la luz es toda una aventura pues todo es pura cáscara ya que «la característica fundamental de la sociedad capitalista hiperindustrial es precisamente la de que en ella no hay nada oculto, nada que sacar a la luz, nada que (a)traer a la superficie, pues la realidad se oculta precisamente porque se muestra siempre a la vista»[1].
Esta agnosia (término que el filósofo alemán Gunther Anders rescató de la psiquiatría para referirse al hombre en su imposibilidad de experiencia) nos ha llevado a sustituir definitivamente al sujeto por un «ello industrialmente formateado»[2]: un estereotipo.
Al poco de iniciar los estudios de bellas artes, «me descubrieron» a un pintor mexicano que llamó mucho mi atención: Hermenegildo Bustos. Nacido en 1832, este «indio» (tal y como se refería a sí mismo y que parece ser que apenas estudió pintura durante seis meses con un pintor local) alcanzó en sus retratos unas sorprendentes cotas de expresividad plástica y de interés psicológico hacia sus modelos. El Nobel de literatura Octavio Paz, refiriéndose a su pintura diría «[...] todos esos retratos irradian –o mejor: transpiran– una poderosa carnalidad. El cuerpo se ha vuelto energía [...] Si se me pidiese definir con una sola palabra la impresión que me causan esos retratos, respondería sin vacilar: intensidad»[3]. Cada uno de los retratos de Bustos, siempre parece nuevo a pesar de pintar siempre lo mismo: retratos. Su extraordinaria técnica y su preocupación por aprehender la auténtica e intransferible originalidad del rostro que delante de él posaba, sólo es comparable a la poca relevancia que ha tenido como pintor hasta no hace muchas décadas. En el reverso de sus cuadros escribía algunas indicaciones físicas de los retratados o pequeñas dedicatorias. Además siempre terminaba firmando «Hermenegildo Bustos de aficionado pintó…». En un autorretrato escribió: «Hermenegildo Bustos, indio de este pueblo de Purísima del Rincón, nací el 13 de abril de 1832 y me retraté para ver si podía el 19 de junio de 1891». Me pregunto: para ver «si podía» qué.
Camino de la contemporaneidad pictórica me atrevería a afirmar que tanto el paisaje como el retrato han sido quizás los únicos que sobrevivieron dignamente al resquebrajamiento de los géneros artísticos que impusieron las vanguardias. El paisaje, como germen de la abstracción, y el retrato por convertirse en «modelo de referencia en el compromiso del arte moderno con la figura humana, respetado tanto por su ruptura como por su fidelidad»[4]. En el intersticio entre fidelidad y ruptura, se posiciona Juanjo Martínez Cánovas en su propuesta como retratista. En ese angosto espacio, Juanjo intenta ver «si puede».
En él todo se da como obsesivo; ya lo descubrimos en sus trabajos en torno a la muerte en Nascentes morimur y ahora vuelve a dar cuenta de ello en estos retratos. Obsesión que se concreta, por ejemplo, en la cantidad de veces que ha dirigido su mirada al personaje de María. Puedo asegurar que la anciana modelo ha sido pintada y dibujada en numerosas ocasiones por nuestro artista. Casi de forma cartográfica (como vemos en En un abrir… y En un cerrar…), Juanjo recorre la fisicidad de la afable mujer convencido de que la preocupación plástica por una piel ya arrugada por toda una vida le conducirá a un «sí poder» en la tarea de remarcar la tensión entre el exterior y el interior del aspecto humano. Evidentemente el retrato contemporáneo tiene mucho de «instantánea», término como es sabido, tomado de la fotografía cuya aportación fue fundamental para descargar a la pintura del lastre que le suponía ser la única capaz de representar la realidad. El «disparo» de Juanjo no es, en ningún caso, un acto de añoranza de manieras caducas de representación técnica o pictórica (que, por cierto, me consta que él domina a la perfección) ni expresa el anhelo por recuperar un ojo inocente perdido. Nuestro artista sabe que «mirar es siempre interpretar»[5], y es interpretar indefectiblemente en el aquí y en el ahora. Ya no es posible situar al hombre como centro de nada (que no sea de sí mismo) ni tampoco podemos reducir su identidad a la representación de sus rasgos morfológicos. ¿Qué posibilidades le quedan entonces a los retratos de Martínez Cánovas? Para mí, la respuesta es clara: La pintura de Juanjo siempre se mueve bajo un marcado carácter simbólico, plurívoco y alegórico. Los protagonistas de sus cuadros son más que ellos mismos: Keko Buenavista, F. Morvedre o Titine, por citar algunos, son elementos configuradores de un simulacro de representación. Ya no habrá aura pero ¿porqué hemos de renunciar a la presencia del sentimiento?
El ficticio pintor Basil Hallward, protagonista de la obra de Oscar Wilde El retrato de Dorian Grey, afirmaba que «cualquier retrato que se pinte con sentimiento es un retrato de artista, y no de su modelo».
Estos retratos que hoy se muestran tienen mucho de Juanjo y no sólo porque él también forma (como sus modelos) parte del universo del tattoo (muy protagonista en esta muestra) sino porque, y en palabras de otro grande del retrato contemporáneo como es Lucian Freud y del que Juanjo también es admirador, «Everything is autobiographical, and everything is a portrait»[6]. Juanjo Martínez Cánovas sigue confiado en que el retrato es fuente de interés inagotable y que es posible (a)traer a la superficie lo que se esconde bajo la piel de pintura que representa un cuerpo o una cara. Por tanto, no será todo cáscara.
Octubre de 2010
Juan Ignacio de la Fuente Cevasco
[1] Alba Rico, Santiago. Capitalismo y nihilismo. Dialéctica del hambre y la mirada, Akal, Madrid, 2007, 181
[2] Alba Rico, o.c., 183
[3] Paz, Octavio, Los privilegios de la vista, Hermenegildo Bustos. Televisa-Centro Cultural Arte Contemporáneo, México, 1990, 182
[4] Warner, Malcom. Retratos sobre el retrato, en El espejo y la máscara. El retrato en el siglo de Picasso, catálogo de la exposición del Museo Thyssen-Bornemisza y Fundación Caja Madrid, Madrid, 2007, 11.
[5] Cruz Sánchez, Pedro A., Realismo en tiempos de irrealidad, Fundación Cajamurcia, Murcia, 2002, 141.
[6] «Todo es biográfico, y todo es autorretrato». Citado en Feaver, William. Lucien Freud: Life into Art, Tate Publishing, London, 2002, 27
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